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Vislumbrando el milagro colombiano

viernes, marzo 16, 2012

La Colombia de Santos


1. MEMORIAS DEL POSCONFLICTO

La senda de Hindenburg
La noción predominante, al menos en la prensa colombiana, cuando se alude al "conflicto" es que en algún momento se resolverá mediante una negociación política. Incluso los militares suscriben la doctrina según la cual su trabajo consiste en debilitar a las bandas criminales para que negocien.

Se olvida fácilmente que eso ya ocurrió. Más aún, que los asesinatos que se han cometido en los últimos veinte años son la consecuencia natural de la solución negociada que aplicó el gobierno de César Gaviria, aunque ya tenía su trayecto durante los dos gobiernos anteriores.

Para entenderlo, conviene detenerse a considerar las características de los grupos con los que negociaron esos gobiernos y el resultado de la negociación. Puede que todo lo que hoy es noticia o genera inquietud resulte fácilmente explicable atendiendo a esos dos puntos.

El M-19 era un proyecto comunista. Sus fundadores habían pertenecido a las FARC y su proyecto no tenía nada que ver con el populismo anticomunista de Rojas Pinilla, que gobernó siempre en favor de Estados Unidos. El programa y el discurso del M-19 recogían diversas variantes del Movimiento Estudiantil y su propósito no se diferenciaba en nada del de las otras bandas armadas comunistas. Lo mismo se puede decir de los otros grupos con que negociaron esos gobiernos.

Al ser grupos de asesinos, los gobiernos que negociaron con ellos se saltaron la ley que prohíbe matar gente. En el caso de Gaviria fue aún más lejos con el M-19, ya que les brindó una Constitución que además de instaurar a la banda asesina en el poder, aseguraba la impunidad de quien financiaba sus crímenes: Pablo Escobar, al prohibir la extradición.

Para entenderlo nada mejor que leer este texto del poeta vasco Jon Juaristi sobre la negociación con ETA:
Límites
Maite Pagazaurtundua, presidenta de la Fundación Víctimas del Terrorismo, ha sido bastante exacta al definir los términos del chantaje que la izquierda abertzale pretende imponer a la sociedad y al Estado, y las consecuencias que acarrearía ceder al mismo. El gobierno que lo hiciera se saltaría la ley, y un gobierno que se salta la ley, como muy bien dice Maite Pagazaurtundua citando a Benedicto XVI, se convierte en una banda de forajidos. Es evidente, por otra parte, que el Papa se refería al nazismo en su discurso ante el parlamento alemán, y también que el partido nacionalsocialista era ya una siniestra organización criminal cuyos propósitos genocidas nunca había ocultado, antes de hacerse con el gobierno de Alemania. En tal sentido, se parecía a lo que ha sido y es ETA y no a los gobiernos del Estado o de las comunidades autónomas en la historia de nuestro actual sistema político. No por ello vamos a pecar de ingenuos: en algunos de estos gobiernos ha habido forajidos y sinvergüenzas, pero esa innegable condición de unos cuantos gobernantes no se ha trasladado a los gobiernos en su conjunto. Podemos incluso tener la convicción moral de que más de uno de los gobernantes que delinquieron evadió la acción de la justicia, pero no por ellos estamos autorizados a calificar de delincuentes, en su totalidad, a tal o cual gobierno. Existe, por otra parte, una malsana y muy extendida propensión a ver delitos en lo que no son sino equivocaciones o errores a menudo garrafales, pero no delictivos. En democracia, éstos se castigan en las urnas, no en los tribunales.

¿Dónde está el límite entre la equivocación y el delito? En la complicidad con el crimen. El mariscal Hindenburg se convirtió en un delincuente cuando llamó a Hitler para ofrecerle la cancillería del Reich. Más aún, gran parte de la sociedad alemana eligió el delito al votar por los nacionalsocialistas, cuyos designios criminales eran de sobra conocidos (una vez en el gobierno, Hitler y sus secuaces dejaron muy claro que no iban a permitir que la complicidad de sus electores se limitase al voto e hicieron todo lo posible por transformarlos en asesinos).

Por eso la advertencia de Maite Pagazaurtundúa al gobierno —al actual y al que venga— es justa y oportuna. Acceder a las exigencias de la izquierda abertzale, que ni se toma la molestia de disimular su condición de mensajero de ETA, convertiría al gobierno que lo hiciera en cómplice de la banda y, a corto plazo, en una prótesis de la misma. Las decisiones de Hindenburg y de los electores alemanes que votaron el nazismo no fueron una equivocación. Fueron delitos conscientes. Todos ellos, el mariscal y los electores, eligieron sacrificar a una parte de sus compatriotas y a millones de gentes que no lo eran en aras de su megalomanía colectiva.

A partir de ese momento, sus historias personales y su historia nacional se fundieron con la del partido nazi. El gobierno actual lleva dos legislaturas acumulando errores garrafales en la lucha contra el terrorismo abertzale. A las urnas corresponde castigarlo. Pero, si éste o cualquier otro gobierno traspasara el límite que ha señalado Maite Pagazaurtundúa, nos encontraríamos en una situación a la que no sobreviviría nuestra democracia.
(Las cursivas son mías)

Cabe señalar que en el momento en que Hindenburg entregó a Hitler el cargo de canciller los crímenes del Partido Nazi eran ínfimos en comparación con los de las bandas terroristas a las que premiaron los gobiernos colombianos de los ochenta y noventa, y que ciertamente ETA jamás ha pretendido secuestrar a toda la cúpula judicial. Sencillamente, todo lo que señala Juaristi como una advertencia fue lo que de hecho ocurrió en Colombia, incluida la supresión de la democracia.

Sin prestar atención al sentido de dichas decisiones no es posible entender nada de lo que ocurre actualmente en Colombia. La minoría que eligió a la Asamblea Constituyente de 1991, no sólo refrendó el premio de los crímenes del M-19 sino también la intimidación que sufrió el resto de la sociedad por parte de Pablo Escobar y los "extraditables", a los que también se buscaba complacer.

El precio de la paz
La cuestión decisiva es que el gobierno negocia en representación de la sociedad y cuando lo que concede es lesivo para los derechos de las víctimas pero ventajoso para el gobernante sencillamente está sacando partido del crimen. Eso fue lo que hizo Gaviria, lo que intentó hacer Pastrana y lo que intentará Santos.

La negociación de paz que pasó por encima de la democracia y aun del trámite legal de la nueva constitución (puede que fuera necesario sacrificar a la Corte que podría haberla considerado improcedente) no sólo significó el reconocimiento de los crímenes, sino también la entrega de buena parte del poder a los criminales. ¿Qué objetivo tenían sus acciones? La toma del poder para instaurar un sistema de partido único y economía centralizada. ¿Implicó la negociación que los asesinos cambiarían sus designios? En absoluto, sólo que intentarían llevarlos a cabo desistiendo de usar las armas.

El gobierno de Gaviria pronto se mostró resuelto cómplice de los terroristas premiados: todos los militares que incomodaban a los nuevos socios del poder vieron truncadas sus carreras, un importante grupo económico próximo a la oligarquía "liberal" se convirtió en el patrocinador del grupo parlamentario del M-19, un jefe terrorista fue nombrado ministro de Salud, la nueva Constitución fue obsesivamente generosa con las clientelas del grupo terrorista, en particular con la administración de justicia y las universidades públicas...

De particular interés fue lo que ocurrió en la justicia, pues la cúpula que reemplazó a la que mataron los terroristas en noviembre de 1985 resultó de lo más afín a sus intereses. Todos los prodigios que hemos visto en los últimos años por parte de la administración de justicia colombiana son el resultado de la cesión del poder a la organización terrorista.

La lucha continúa
El comunismo en Colombia no sólo cuenta con el Partido Comunista, sino con innumerables grupos universitarios de los años sesenta y setenta, que en el lenguaje corriente se conocen como "la izquierda". Toda la izquierda colombiana era marxista-leninista, es decir, comunista. Es perfectamente posible que la negociación que llevara a la desmovilización del M-19 estuviera acordada con las FARC, que contarían a partir de entonces con un aliado en el interior del Estado.

En los años que siguieron se formó el Foro de Sao Paulo, en el que se inscribieron las FARC, el ELN, el Partido Comunista y el desmovilizado M-19. Después del triunfo de Uribe, las dos organizaciones legales se integraron en el Polo Democrático, cuya lealtad respecto de los "bandos del conflicto" era más bien equívoca: el fruto de la reconciliación fue el clamor por la reconciliación. Todo lo que se intentó hacer para contener la expansión de las FARC durante los gobiernos de Uribe contó con el rechazo del Polo Democrático, que sencillamente se convirtió respecto de las FARC en la agencia de cobros.

Es decir, la paz que tantos festejaron hace veinte años fue sólo la conquista por parte de los totalitarios de una parte del poder. Desde ahí han estado favoreciendo por todos los medios la continuidad de las otras bandas e impidiendo que se las combata. En esencia, buscando otra negociación que ampliaría el poder de "la izquierda" a costa de la representación ciudadana.

Ya podemos estar advertidos: cuando llegue la reconciliación con las FARC, los terroristas redimidos se dedicarán a buscar la negociación política con el ELN, que naturalmente persistirá en sus ideales y crecerá gracias a la expansión de la parte del Estado conquistada por "la izquierda", lo que motivará nuevas demandas de paz y reconciliación. Fue lo que hizo el Partido Comunista cuando cesó la negociación de Belisario Betancur: tratar de buscar la paz negociada. En ésas están.

De hecho, el ELN ya se desmovilizó. ¿Cómo se explica que la "Corriente de Renovación Socialista" fuera para esa banda asesina una forma de escisión y liquidacionismo y no haya molestado al Comando Central? ¿Nadie les ha dicho qué les hacen en las FARC a los desertores? ¿Nadie ha oído hablar de Jaime Arenas o de Rodrigo Lara Parada? La Corriente de Renovación Socialista, ahora autodenominada Corporación Nuevo Arco Iris, es el ELN legalizado, impune y dedicado a favorecer los crímenes de los hermanos del monte.

Es importante volver al texto de Juaristi: ¿nadie recuerda que los ex presidentes López Michelsen, Gaviria, Samper y Pastrana presionaron a Uribe para que despejara Pradera y Florida? ¿Nadie recuerda que todos ellos son hoy por hoy aliados de Hugo Chávez? ¿Y el papel de los socios de Pastrana como Álvaro Leyva o Lázaro Vivero Paniza? Esos ex presidentes son socios del terrorismo, forajidos que se lucran de los secuestros y esperan sacar partido de las bombas y masacres. Lo decidieron el día que se propusieron ceder a las exigencias de los terroristas. La campaña de odio y malignidad contra Uribe es otra prueba de la relación de esos personajes con las organizaciones criminales: ¡qué extraño que a ese respecto resulten tan unidos! ¿O no es curioso que todos colaboraran con el presidente Santos para que uno de los terroristas que organizó la toma del Palacio de Justicia llegara a alcalde de Bogotá?

Muchos pensarán que sería demasiado sospechoso que también la prensa esté obsesivamente dedicada a promover la negociación y a perseguir a Uribe y sus seguidores. Se olvida que quienes la controlan fueron los mismos promotores de las bandas terroristas. Los mismos dueños del país desde los años treinta. Lo que los hace criminales es matar y secuestrar gente y tratar de abolir la democracia, no se libran por ser poderosos.

Acerca del control de la administración de justicia por los terroristas es muy llamativo este detalle (pero todas las condenas contra enemigos de las guerrillas, políticos o militares son parte de lo mismo): antes de que se profiriera la monstruosa condena contra Plazas Vega, la Corte Suprema de Justicia encargó a tres de sus expresidentes de formar una "Comisión de la Verdad" sobre la toma del Palacio de Justicia, cuyo fin era el de presentar ante el público extranjero algo parecido a las que se formaron en Perú y Sudáfrica. Una farsa propia de criminales desvergonzados. El informe que elaboraron se basa en análisis académicos de dos personas ligadas al M-19: Socorro Ramírez y Laura Restrepo. La Corte Suprema de Justicia está formada por "fichas" de quienes accedieron al poder en 1991, gracias al asesinato de Galán (puede que además de Santofimio, subalterno de López Michelsen, los filántropos universitarios colaboraran con Escobar).


2. LA CREACIÓN DE LA REALIDAD


Como ya expuse en el capítulo anterior, todo lo que ocurre ahora, tanto en las selvas donde las tropas de la llamada izquierda democrática reclutan niños y guardan en jaulas a personas inocentes, como en las oficinas judiciales, donde personajes aún más siniestros protegen esa industria lucrándose copiosamente, forma parte de un ciclo largo en la historia del país, un ciclo cuyo núcleo es la Constitución del 91 y el crimen que le abrió camino: la toma del Palacio de Justicia por el M-19.

En numerosos textos de este blog he explicado hasta qué punto la historia del comunismo en Colombia (y de sus bandas criminales) es la de una conjura de las camarillas del poder, en especial de las herederas de la República Liberal. Puede que algún día un historiador minucioso demuestre que la toma del Palacio de Justicia fue algo concebido por algún delfín para forzar el cambio constitucional que abriría las puertas al socialismo y a la dictadura de jueces sometidos por diversos mecanismos a dichas camarillas.

En dicho relato el papel de la prensa es decisivo, y también la continuidad es clarísima entre quienes acumulaban poder gracias a los crímenes de los años cincuenta y quienes ahora presentan a Iván Cepeda (cuyo padre perteneció al MRL de López Michelsen al tiempo que al Partido Comunista y fue el financiador de Tirofijo) o a Javier Giraldo como "defensores de derechos humanos". Lejos de la "subversión" que pretenden representar, sólo son la continuidad de las peores tradiciones políticas locales: clanes que poseen periódicos, grupos de privilegiados dedicados a la rapiña que ejercen como clientela de los primeros (universidades, empleados estatales) y bandas de matones asegurando el control. Ah, y la perpetuación de la odiosa mentira que se impuso en la Conquista: el saqueo y la esclavitud justificados por la predicación de la religión del amor.

Uno de los elementos centrales de ese poder hegemónico es el control de los centros de investigación. Respecto de la historia reciente no se conocen obras importantes que den cuenta de lo que pasó, con lo que a pesar de que los determinadores remotos de los crímenes se podrían rastrear sin dificultad en las hemerotecas, no hay quien lo haga. (Esto es tan cierto que en las bibliotecas en que se guardan los periódicos viejos ya se han detectado adulteraciones y censuras criminales, como denunciaba Eduardo Mackenzie) Cuando ya no hay quien recuerde nada, la prensa se dedica a su principal labor: crear la realidad. No es en absoluto sorprendente que continúe una vieja tradición comunista.


En la foto de abajo ha desaparecido Trotski.

Buen ejemplo de dicha labor es un texto de Enrique Santos Calderón, tal vez el principal determinador de crímenes terroristas de la historia de Colombia, sobre la Anapo. Con el pretexto de relacionar la dictadura de hace casi sesenta años con la gestión del nieto del general Rojas Pinilla en la Alcaldía de Bogotá, el "periodista" cuenta una historia en la que la intención de engañar es evidente:
Cuatro años después, María Eugenia se lanzó a la Presidencia (enfrentada a otros dos hijos de presidentes: Álvaro Gómez y Alfonso López Michelsen) e hizo su espectacular aparición el M-19, con el robo de la espada de Bolívar y su consigna de "¡Con María Eugenia, el pueblo y las armas, al poder!".
Insistiendo en una vieja mentira, el origen de la banda terrorista resulta relacionado con el fraude de 1970 y hasta con la "capitana del pueblo"; como algo ajeno al "periodista". Lástima que los testimonios en contra sean tan abrumadores. Unas semanas después de la aparición del M-19 (previa campaña publicitaria en el periódico de la familia Santos) apareció Alternativa, revista concebida y dirigida por Santos Calderón. Al respecto conviene prestar atención a este documento sobre el tema.
Por esos primeros días de diciembre Enrique Santos desarrolló una amplia discusión con Jaime Bateman Cayón, cuyo grupo también se disponía a lanzar el M-19, prácticamente al tiempo que se lanzaría el primer número de Alternativa (el “Eme” el 17 de enero de 1974 y Alternativa el 18 de febrero). Juntos encontraron una gran afinidad entre los dos proyectos, pues coincidían en la necesidad de generar formas de comunicación política superiores al sectarismo, el dogmatismo y la hiperideologización que caracterizaba a la izquierda de la época.

A partir de ahí el M-19 participó en la vida de Alternativa periodísticamente y, en algunos periodos, económica y administrativamente. Pero la participación del M-19 fue mucho más allá. De la fundación de Alternativa hicieron parte personajes que durante 1974 se convirtieron en militantes de primera línea en la organización subversiva, entre ellos, Carlos Duplat, que se encargó de organizar en los primeros números el diseño y maquetación de la revista y Carlos Vidales —el hijo del poeta Luis Vidales—, que acababa de escapar de Chile luego del golpe militar, y que asumió como redactor y fiscal de la publicación. Asimismo, Carlos Sánchez, redactor y fotógrafo; Sebastián Arias, redactor; y Nelson Osorio, escritor y redactor; ya eran militantes del “Eme” cuando surgió Alternativa. Según estas cuentas, además del diálogo entre Bateman y Santos, el hecho era que, por así decirlo, la mitad del equipo de Alternativa en 1974 era del M-19; aunque algunos de ellos ni lo sabían, por el grado de compartimentación que existía.
No hará falta mucha imaginación para saber quién promovía la publicación de la propaganda del M-19 en el periódico. Yo apostaría a que incluso el absurdo pretexto de la rebelión contra el fraude de 1970 fue idea del mismo genio. Sólo se trataba de "agarrar pueblo" convocando a los que se rebelaron contra la oligarquía para sumarse a una conjura organizada por ella misma.


En el texto reciente de Santos Calderón sobre la Anapo, semejante implicación se despacha con una frasecita vaga:
Por esa época conocí no solo a su fundador, Jaime Bateman (ese es otro cuento), sino a la propia María Eugenia, a raíz de una serie de entrevistas que estaba haciendo para EL TIEMPO con los candidatos presidenciales.
[...]

Le pregunté por el recién aparecido M-19 y lo calificó como "fenómeno espontáneo del pueblo para defender el triunfo",pero dejándome muy en claro que ni ella ni el general tenían algo que ver con ese grupo armado.
Llama la atención la frivolidad y oportunismo de la señora Rojas —que sin duda tenía muy poca relación con la banda castrista-tupamara y sin duda desconocía a quienes la promovían—, pero mucho más el cinismo de Santos Calderón: puesta en el contexto de corto plazo, la aparición de la banda terrorista y de la revista antisistema unas semanas antes de las elecciones perfectamente podría ser una zancadilla concebida para dar lugar al fracaso de la Anapo en las elecciones. Sigamos con el texto de Santos:
Los comicios presidenciales del mes siguiente fueron golpe mortal para Anapo. María Eugenia sacó menos de medio millón de votos, frente a los casi tres de López Michelsen y el millón y medio de Gómez Hurtado (de 1970 al 72, Anapo ya había perdido un millón de votos), y de ahí en adelante todo fue cuesta abajo para un movimiento que había puesto en crisis al bipartidismo tradicional.
Es decir, el votante descontento tenía que escoger, como la reina coja del famoso calambur de Quevedo, entre el clavel blanco y la rosa roja, y para que prefiriera la segunda nada mejor que atribuirle un crimen al primero, cosa que desanimaría al descontento tradicionalista, al que no le gustaría el ultraje a Bolívar y preferiría lo malo conocido del hijo de Laureano Gómez, y tampoco al descontento populista, al que ilusionaría más el halago del "Pollo" de vieja trayectoria de izquierda. Puede que la idea de atribuir a la mano negra de la extrema derecha los crímenes del servicio doméstico armado venga de lejos.

Eso en el corto plazo, porque en el largo el interés de Castro y García Márquez, cuyo principal ejecutor era Santos Calderón, era otro. El primer director de Alternativa, Bernardo García, cuenta algo muy interesante sobre la fase final de la revista.
La tercera Alternativa guerrillera opera tras una transición de pleitos internos, retirada de la mitad de los socios, entre el n.º 90 y el 110, y que se prolonga luego hasta la liquidación de la revista. Consolidada bajo la dirección de Enrique Santos tiene la estrecha asesoría de Jaime Bateman y el montonero, «el gordo» Paco. Es una Alternativa de combate que rechaza la elaboración de análisis, teorías y reformas propias de ”los intelectuales”- Rechaza también el quehacer político para consagrar la insurgencia y la rebelión armada. Inmersa en la estrategia cubana de la Tricontinental y la formación de los mil vietnams antiimperialistas.

Marcha al unísono con las tácticas de combate empeñadas por los Tupamaros, los Montoneros, los Movimientos de Izquierda Revolucionaria y por supuesto del ELN. Jaime Bateman está en plena acción, en 1977-1978, crítico de las FARC y constructor de la Anapo radical y del M19. Después del robo de la espada del Libertador y antes de la toma de la embajada Dominicana, padece la urgencia de dotar a su movimiento, el M19 y luego Firmes, de una publicación de envergadura nacional, con su ideología inmarcesible del “sancocho a la colombiana”: acciones intrépidas y consignas de raca mandaca.

Lo intenta una primera vez con la “Alternativa del pueblo”, pero al parecer no logra asumir la dirección, sino la militancia de algunos. En la segunda arremetida gana Bateman con la venia de García Márquez…y de Fidel supongo –porque ambos prefieren a un chico más travieso y mágico que a todos sus Aurelianos Buendías peleados en mil guerras, pero ya a la espera de la pensión de retiro: Manuel Marulanda, Jacobo Arenas, Fabio Vásquez Castaño…

La revista toma pues su nuevo rumbo rompiendo un histórico record Guiness con más de un millón y pico de denuncias en su corta vida, hasta su caída final en el misterioso trance, pocos meses antes de la toma de la Embajada Dominicana (7.2.79) con 13 embajadores y el nuncio del Vaticano a bordo.
Llamativa, muy llamativa la forma de describir por encima la carrera del M-19 y su relación con la Anapo, sobre todo por el líder de una familia cuyo periódico se atravesaba así al previsible triunfo de Rojas en 1970:


Violencia y caos es lo que le han aportado a la vida colombiana las ambiciones y trapacerías de este delfín asesino. Bueno, y sobre todo las mentiras que durante medio siglo ha estado propagando gracias al poder del periódico familiar.

Tal vez no haya ningún protagonista de la historia reciente que se pueda comparar con el Hermano Mayor del presidente, que probablemente es quien maquina en la sombra para que el país se alinee día tras día con las brutales satrapías de la región. ¿Quién será, si no otro, el padrino de Angelino Garzón, de León Valencia y de Gustavo Petro? Habrá que averiguar cómo consiguió el terrorista ascendido a alcalde una beca en el Externado en la época en que el M-19 despuntaba.


3. OCULTOS TRAS EL ARBUSTO ASESINO

Variantes de la "leyenda blanca"
En el contexto de la historia de Europa se llama "Leyenda negra" a lo que el diccionario define como "opinión contra lo español difundida a partir del siglo XVI": un mito gracias al cual los imperios rivales del español demonizaron la conquista de América. Cuando se piensa en las causas del tráfico de cocaína los colombianos suelen seguir una especie de "leyenda blanca": unos mitos absurdos y a menudo grotescos que divulgan a veces los mismos empresarios del negocio y que proveen a la gente buena conciencia a partir de un juego que podría considerarse "transferencia de la culpa", para usar esa antigualla psicoanalítica.

La variante más atroz, y sin embargo muy frecuente, es la que divulga el escritor Antonio Caballero, según la cual la prohibición es una maquinación de los bancos estadounidenses aliados con los gobiernos de ese país para acentuar la dependencia de los demás países. Este mismo prócer en una época justificaba el tráfico de drogas por la falta de oportunidades que tenían los países del Tercer Mundo para competir. Un ingrediente gracioso de esta versión, muy frecuente en otras y en la que tal vez creen la mayoría de los colombianos, es la singularidad del clima sudamericano para cultivar coca. La mayoría de los colombianos con los que he hablado me aseguran que la cocaína sería legal si la pudieran cultivar los estadounidenses en su país.

Otra historia parecida, dirigida a un público menos fanatizado, pero igualmente legitimadora del negocio, es la que atribuye el tráfico de drogas a la guerra contra las drogas. Es decir, se asegura que la tremenda expansión del negocio fue el producto de la guerra contra las drogas y no de la expansión del consumo. De esa atribución de responsabilidad se pasa a considerar que todos los problemas colombianos de las últimas décadas proceden de ese negocio, es decir, de la guerra contra las drogas. La función de ese discurso en la legitimación del orden impuesto por los terroristas en los años ochenta será algo que señalaré más adelante.

Voy a centrarme en esta última versión porque es la que aceptan hoy por hoy la mayoría de los colombianos doctos, y la que resulta útil para una manipulación que termina, con el pretexto de que la única solución es la despenalización del tráfico que saben que no habrá en medio siglo, "proponiendo" la inacción como efecto de la impotencia.

Lo primero que hay que aclarar es el origen del negocio. ¿Por qué se expandió el consumo de drogas a partir de los años sesenta? No es que antes no se consumieran, todo el mundo intelectual europeo sabía que Poe o De Quincey eran consumidores de opio o Verlaine de hachís, y el mismo poeta colombiano Porfirio Barba Jacob dice "Soy un perdido, soy un marihuano". Las espinacas que come Popeye y que lo cambian tan maravillosamente eran en la primera representación teatral de la historia una metáfora de la marihuana (lo cual tenía un sentido cómico en la obra). Pero ciertamente eran minoritarias, caras y paralizantes para quien tuviera que hacer los esfuerzos que se hacían para sobrevivir antes de la gran industrialización.

Fue el bienestar el que disparó el consumo, en compañía de la rebelión juvenil contra la guerra de Vietnam y las modas musicales de los años cincuenta y sesenta. La prohibición fue una respuesta a esa expansión del consumo entre los jóvenes. La guerra contra las drogas no fue, como pretende la variante comedida de la "leyenda blanca", una ocurrencia de un gobierno estadounidense que podría haber hecho otra cosa. Era un clamor que todavía es absolutamente mayoritario en todos los países y que en Estados Unidos cuenta con el respaldo unánime de los políticos que ganan elecciones y van al Congreso. ¡Cuánto me gustaría no tener que explicar esto! El artista, el académico o aun el periodista destacan hablando de despenalizar el comercio de drogas, pero sólo los políticos podrían hacerlo. Éstos nunca piensan en eso porque necesitan los votos de la gente, que en su abrumadora mayoría es prohibicionista.

Todo se complica yendo detrás de gente que se hace la distraída. Por eso tengo que hacer hincapié en eso: la "leyenda blanca" y la esperanza de solución del problema a través de la despenalización son estratagemas de los socios ilustrados de las mafias. Por eso el disparate que señalé arriba acerca de las causas de la guerra contra las drogas, y por eso también la falta de interés por explicar que el negocio floreciera en Colombia.

¿De dónde son los cantantes?
Esto se preguntaban los integrantes del Trío Matamoros, y viene a cuento porque cuando se habla del tráfico de drogas se suelen mezclar niveles en los que no hay ninguna relación. Una cosa es lo que significan las drogas en la historia, la cultura y la vida cotidiana de la humanidad; otra, que sean prohibidas o dejen de serlo; otra, sin mucha relación, el que Colombia haya llegado a ser el primer productor y exportador mundial de cocaína, y aun un importante productor de heroína. ¿De dónde salen los obreros, los ingenieros y los gerentes de esa industria?

Es decir, la "leyenda blanca", muy influyente en la conciencia corriente de los colombianos, se enreda en juicios sobre las drogas o sobre la legislación y oculta el problema de que no había nada particular que determinara ese papel para Colombia. Bueno, nada salvo el elemento humano, el delincuente, el pistolero. Muchos países tenían mejores condiciones para comerciar con Estados Unidos (como México), eran más pobres (como los demás de la zona andina), tenían más tradición de cultivo de coca y aun de producción de cocaína (como Perú). Sin la cultura de la delincuencia no habría sido Colombia el país afortunado.

Cuando los divulgadores de la "leyenda blanca" acusan a la prohibición o señalan con indecente victimismo que "Colombia sufre más que ningún país el flagelo del narcotráfico" por una parte ocultan el contexto social en que surgió el "capital humano" que dio lugar a esa industria y por la otra legitiman tácitamente el negocio. Decir "nosotros ponemos los muertos", como si no hubiera sido posible hacer otra cosa, hace pensar en un proxeneta que se lamenta de tener que soportar el adulterio de su compañera (a causa de los apetitos desaforados de los clientes).

Siguiendo con esa idea del victimismo, la idea de que la desgracia de Colombia es producto de la prohibición es más o menos como el rencor de un hombre contra el joyero que tentó a sus hijos a volverse atracadores. Es que de hecho la "leyenda blanca", al idealizar el pasado previo al tráfico de drogas y al dar por sentado que la emergencia de un negocio ilegal sería fatal para Colombia se muestra como una respuesta del statu quo ante una industria que en últimas genera recursos para todos los grupos privilegiados.

¿Por qué había en Colombia tanta gente dispuesta a dedicarse a exportar cocaína? Hay también una leyenda "positiva" sobre eso: la disposición emprendedora de los antioqueños y vallunos. La abundancia estremecedora de toda clase de delincuentes en las décadas anteriores no interesa a los de la "leyenda blanca", pero esos delincuentes sólo encontraron, como Pablo Escobar, un negocio más lucrativo que las lápidas. Antes había peligrosas mafias dedicadas a las esmeraldas, y miles de colombianos que ejercían de carteristas y apartamenteros en Europa y Estados Unidos.

Todo eso lo señalo porque el tráfico de cocaína no es la causa de la "cultura mafiosa" sino su efecto normal, y porque si en 2080 se acabara el negocio de las drogas ilícitas la familia marginal de la aldea global se dedicará a otro negocio criminal. Como ingrediente decisivo de la tal "cultura mafiosa" destaca el desprecio del trabajo como fuente de prosperidad, ingrediente cuyo arraigo procede de la sociedad colonial y antes de la mentalidad castellana de la Reconquista. Si bien la atracción por el "dinero fácil" está en el sentido común (en todo el mundo siempre se agradece poder hacer las cosas con menos esfuerzo), la idea de que el trabajo es propio de personas inferiores socialmente era hegemónica en el siglo XVII y en 1970. El colombiano que no sabía nada de las drogas vivía en medio de "vivos", de "corbatas" (no sé si aún se llaman así los empleos estatales en que sólo hay que ir a cobrar), de "impuestos" (la comisión que los policías cobraban a los ladrones para no detenerlos), de lambones, de componendas de manzanillos, de contrabandistas y hampones de las maquinarias políticas que hacían votar a punta de presiones y pequeños sobornos a cuanta persona desvalida pudieran controlar y después obtenían puestos en las aduanas o en los patios de la oficina de tránsito...

Lo que determinó el imperio del hampa, la desmoralización generalizada y la disolución del orden institucional fue la hegemonía ideológica de la "izquierda", primero en la universidad de los años sesenta y después en los medios intelectuales, a medida que los egresados empezaban a ejercer sus profesiones. Tal como según Jakob Burckhardt el modelo de autonomía y resolución que seguían los grandes artistas del Renacimiento era el de los condottieri, lo que inspiraba a Pablo Escobar (hijo de maestra) o a Carlos Lehder eran las hazañas del Che. El mismo Carlos Castaño declaraba que de no ser por lo mal que lo había hecho la guerrilla él sería un guerrillero. En cuanto toda propiedad y todo refinamiento son ilegítimos, fruto de la opresión o, peor, del arrodillamiento ante el imperialismo, la legalidad resulta un aspecto secundario frente a la propia afirmación del "pueblo". En la facultad de Derecho en que era decano el dirigente comunista Jaime Pardo Leal se recitaba que "el Derecho no es más que la voluntad de la clase dominante erigido en ley", cosa que en cuanto pudieron imponer el socialismo aliados con Pablo Escobar, y así convertirse en clase dominante, los discípulos de tal prócer han aplicado sin vacilación. No era raro que los izquierdistas de entonces afirmaran sin pudor que "las cosas no son del que las tiene sino del que las necesita", o llamaran "recuperación" al robo, cuando no se decidían en ejercicio de su actividad militante a "expropiar" cualquier cosa.

La pregunta sobre si fue primero la gallina o el huevo es más bien estúpida, pues todo el mundo sabe que el antepasado de la gallina fue un dinosaurio cuyos huevos fueron transmitiendo mutaciones hasta llegar al animal doméstico de nuestros días. En cierta medida, la relación entre la ideología socialista que tan cómodamente reproduce las jerarquías de siempre a la vez que pretende abolirlas, y la delincuencia, que constituye una respuesta obvia de personas convertidas por esa ideología en agraviadas, a las que se llena de rencores y complejos para poder manipularlas y así hacerlas útiles a los fines de control estatal de los empresarios del socialismo, plantea una cuestión parecida: esa ideología a su vez es reflejo de la "cultura mafiosa", del desprecio del trabajo, del irrespeto a las instituciones basadas en un fundamento moral (fruto del aislamiento: en la península no habría sido tan fácil decir "se acata pero no se cumple"), etc. Es decir, al deslegitimar las instituciones desarrolladas siguiendo el modelo de la Europa burguesa y de Estados Unidos, la izquierda obra como resistencia de las viejas jerarquías de la región y proclama la legitimidad de la pura fuerza, tal como en su día lo hicieran Álvaro de Oyón o Lope de Aguirre (como dato curioso, la rebelión del primero en el siglo XVI ocurrió en el mismo pueblo, La Plata, Huila, de donde proceden el finadito Luis Édgar Devia y su copartidario y coetáneo Jaime Dussán).

La historia escondida
Sociológicamente, la "leyenda blanca" es obra de la misma clase de gente que se puso a hacer la revolución siguiendo el modelo castrista en los setenta, de los mismos que se las arreglan para hacer antiuribismo sin buscarse problemas con los Colombianos por la Paz. Pero es aún más problemático: la atribución de culpas al tráfico de drogas sirve para que se olviden las proezas de los revolucionarios. Mientras todo el mundo veía a Colombia como el lugar en que sucedían horrores por cuenta del poder de unos cuantos bandidos, a punta de atrocidades físicas (masacres como la de Tacueyó, asesinatos cobardes como el de José Raquel Mercado, sin duda maquinado por algún novelista o director de periódico), estéticas (la vociferación de los lemas brutales que hicieron fortuna en Camboya y Albania, que también "decoraban" las ciudades) y morales (la inagotable sarta de mentiras en que se basan sus pretensiones), los grupos comunistas se hacían con el poder y obtenían toda clase de "conquistas", de "derechos adquiridos" para sus clientelas, en esencia las clases sociales ligadas al Estado y herederas de los dominadores de siempre.

De tal modo, la "izquierda" llegó a ser el poder y la oposición, a usufructuar el presente mientras "vende" el futuro. La última falacia es la "leyenda blanca" de la nueva generación, que da por sobreentendidos los "avances" de la Constitución de 1991 y las proezas de quienes la impusieron con copiosa financiación del Cartel de Medellín, previo exterminio de la cúpula judicial que podría haber impedido el golpe de Estado. ¡Siempre se les sale a deber, como ocurre con los tradicionales "vivos" colombianos! La persistencia del terrorismo se justifica por una insuficiente "justicia social", que se alcanzará tras otra negociación que permita a una parte de las bandas asesinas ascender socialmente y obrar como la parte emergida de una embarcación (que es lo que hace el ELN con su Corporación Nuevo Arco Iris, a la vez que secuestra y asesina). La enternecedora simpatía de los activistas de la legalización por el modelo constitucional protochavista que impuso Pablo Escobar es sólo una muestra más de la labor de enmascaramiento que es su retórica respecto al poder adquirido por las camarillas comunistas. Su silencio interesado ante las infamias judiciales de que son víctimas el general Uscátegui, el coronel Alfonso Plazas vega o el ex ministro Andrés Felipe Arias los muestra como despreciable gentuza que asciende socialmente y prospera gracias a su lealtad hacia la tiranía del hampa.

Es en ese contexto donde florece otra falacia característica, que también comparten la inmensa mayoría de los colombianos (como hace unas décadas la de que el ejército no quería que dejara de haber guerrillas porque se reduciría el presupuesto que enriquece a los generales, cosa que todos creen porque es lo que harían, en aplicación de la ideología criminal que predomina y se reproduce con nuevas máscaras para cada generación): la de que la causa del conflicto es el tráfico de drogas. Para demostrar que eso es absurdo basta con repetir lo que tantas veces hemos señalado, que nunca ningún bandido ha tenido una oportunidad como la de Tirofijo y su gente de resultar impunes, ricos y prestigiosos como poder local en la región que Pastrana les entregó en 1998. Pero no haría ninguna falta pensar en eso, baste pensar en las guerras de Centroamérica, particularmente la de El Salvador, con el mismo patrocinio de jesuitas, agentes cubanos y universidades. ¿Era la guerra civil de El Salvador una querella alrededor del tráfico de drogas? Absurdo.

Cuando el hampa académica divulga esa leyenda sobre el tráfico de cocaína le presta un gran servicio a sus patrones, los que coparon el poder en 1991: el de quitar importancia a la extorsión y a la industria del secuestro que permitieron tantas "conquistas sociales", incluida la misma constitución, y las han garantizado desde entonces. ¿Cuánto dinero ha producido la extorsión que llevan a cabo las bandas armadas comunistas? ¿Cuántas muertes son producto de esa formidable industria que enriquece a buena parte del clero universitario?

El conflicto colombiano es una guerra por el poder y contra la democracia que emprendieron los grupos privilegiados a partir del movimiento estudiantil de los años sesenta y setenta. De la intensa propaganda, que caía en terreno abonado, que deslegitimaba el capitalismo, a Estados Unidos, a las instituciones democráticas y a la propiedad y el trabajo, surgió la desmoralización generalizada en que florecería la poderosa voluntad criminal que dio lugar a los grandes carteles. La droga no dejará de estar prohibida durante medio siglo y la sociedad colombiana no tiene otra salida a ese respecto que el combate enérgico contra las organizaciones que llevan a cabo ese comercio. Y sobre todo, la retórica antiprohibicionista es parte del mismo statu quo del que forman parte las bandas terroristas, hoy por hoy aliadas del gobierno en busca de una nueva hegemonía a partir de unas negociaciones en las que el horror (que pronto llegará a las ciudades) sirve como argumento para las buenas intenciones del gobernante.

Lo que se discute en Colombia sobre las drogas no tiene ningún impacto a la hora de pensar que Estados Unidos va a despenalizar el consumo, con lo que el más obtuso perseguidor y el más entusiasta consumidor pueden estar en el mismo bando, pues de lo que se trata es del poder de las organizaciones criminales y sus socios políticos (es decir, los comunistas, a quienes hoy por hoy sirven los ex presidentes de los noventa y la Unidad Nacional). Los innumerables mitos del hampa académica y periodística sobre el impacto del tráfico de drogas en la violencia local son parte de una operación de encubrimiento y propaganda, gracias a la cual millones de colombianos creen que secuestrar gente es menos grave que exportar drogas y aceptan el engendro de Pablo como la legalidad democrática más legítima y respetable.


4. DÉFICIT DE CIVISMO

Una persona extranjera que se tomara el trabajo de tratar de entender a los colombianos descubriría con pasmo increíble que prácticamente todos consideran a las organizaciones terroristas algo ajeno a su sociedad, urgida eso sí de cambios que prácticamente todos consideran obvios y que de pura casualidad coinciden con las propuestas de dichas organizaciones. Muy curioso, como que cada ciudadano se sienta particularmente agraviado por la sociedad tal como es y con todo el derecho del mundo a exigir perfecciones que considera más o menos naturales y respecto de las cuales nunca considera que le haga falta hacer nada, aparte de indignarse y protestar, en el mejor de los casos.

Es una constante: las posibilidades de que algo despertara una movilización cívica masiva son prácticamente nulas. Claro que no faltará el que encuentre excesivo esto. ¿Cómo que no hay movilización cívica? ¿Qué es "cívico"? Es muy complicado decir cosas así: si el apellido "democrático" es el que tiene el "polo" que propone convertir en ministros a los asesinos sin siquiera el simulacro de las urnas (ahora ya lo son, como el vicepresidente, como el alcalde de Bogotá, elegido por una minoría gracias a las maquinaciones de Santos y al silencio de quienes supuestamente promovían otra candidatura), ¿qué significará "cívico"? ¡Claro!, un paro cívico, cuando sale la chusma a cortar las carreteras y si puede a saquear los comercios. El civismo en Colombia tiene un sentido particular, tal como la educación, la democracia, la defensa de los derechos humanos... Colombia es una realidad que envilece cada palabra que usa.

Y el problema es que no se puede concebir una sociedad civilizada si no hay ciudadanos, pero de nuevo uno se encuentra con las jodidas palabras. ¿Qué es "ciudadano"? Todo el mundo es ciudadano, como mucho dirán que es el de la ciudad. Y es porque la "ciudadanía" es el "conjunto de los ciudadanos de un pueblo o nación". Por eso conviene un repaso al diccionario para no seguir usando palabras de sentido tan vago que al final resultan vacías.
3. Habitante de las ciudades antiguas o de Estados modernos como sujeto de derechos políticos y que interviene, ejercitándolos, en el gobierno del país.
Eso es lo que no hay en Colombia, personas que intervengan ejercitando sus derechos en el gobierno del país. Por eso existe un endemismo tan increíble como el "voto de opinión", correspondiente a la noción de que la mayoría de los votos son "votos de maquinaria", es decir, comprados, aunque no siempre fuera una transacción directa.

Pues ese déficit es el elemento central de la realidad colombiana, tal como la ausencia de servicios médicos es el elemento central de las epidemias que asuelan a África. La fascinante transformación del gobierno elegido por la gente que veía avanzando el país con Uribe en uno cada vez más afín al castrismo (al punto de que oficialmente Colombia pide el fin del embargo estadounidense a Cuba y no la celebración de elecciones libres) es prueba de dicho proceso. ¿Dónde ha habido alguien que protestara? ¿Cómo es que la imagen del presidente se mantiene en tan alto nivel? ¿Cómo es que todo el legislativo se dedica a perseguir al anterior gobierno pese a que la inmensa mayoría de los representantes fueron elegidos como "uribistas"?

Es muy importante volver al diccionario, a la definición del "ciudadano" porque esos "derechos" que tiene el ciudadano van acompañados de deberes que en muchos casos son severas cargas. El colombiano se las arregla para librarse de ellas y sacar provecho de la situación sin tomarse en serio esa condición más bien supuesta de "ciudadano".

Y de nuevo se encuentra uno con la historia: los "derechos" y la condición de "ciudadano" son pura retórica porque antes de considerar esa categoría el colombiano está pendiente del rango, del "estrato", por lo que no es ciudadano igual que otros. De ahí que intervenir en el gobierno del país no sea una forma de ejercer el civismo, sino de enriquecerse o al menos de obtener algún bien o favor: el Estado era una empresa de saqueo y los saqueadores miraban a sus víctimas aborígenes con desprecio infinito. Siglos después, los saqueadores son los arquetípicos lagartos o lambones y los saqueados ya están mezclados de todos los tipos étnicos y sólo aspiran a formar parte del pueblo elegido de los que disfrutan de su nombramiento en alguna entidad estatal.
Es decir, ningún esfuerzo que no represente una ventaja inmediata y mesurable va a encontrar colombianos dispuestos a hacerlo. Por cada persona capaz de tomar parte en alguna iniciativa relacionada con los intereses generales hay cientos de lambones, cuya actitud es exactamente lo contrario del civismo:
1. m. Celo por las instituciones e intereses de la patria.
2. m. Comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública.
El lagarto no tiene el menor interés por la patria, como mucho por la selección de fútbol, y su comportamiento respecto de las normas de convivencia pública se acaba en la ostentación de lo que determina su nivel de consumo, a veces también su rango. El lagarto ayuda a robar a los demás ciudadanos y a corromper las instituciones, por eso tanta gente con puesto estatal festeja infamias como el encarcelamiento del anterior ministro de Agricultura o el espeluznante prontuario de la fiscal (estar en la cárcel en Colombia es para un político o un militar una prueba de su rectitud: quienes deberían estar presos, como Alfonso Gómez Méndez o la ramera que hace de fiscal actualmente, son la autoridad judicial).

Un aspecto casi cómico de esa ausencia de civismo, de esa disposición del lagarto, es el "criticismo": prácticamente todos los "científicos sociales" o incluso los titulados en otras carreras encuentran un gran honor en señalar los problemas del país, ocasión con la que descalifican a todos los políticos, como insinuando que la única solución es que gobiernen ellos. Eso sí, la información que manejan sobre la realidad del país es prácticamente nula: no les hace falta, ya mostraron sus buenas intenciones y la calidad de su estrato, manifiesto en el descontento con el mundo que se encontraron.

En ese nivel de patio de prisión se ejerce otra clase de "civismo", tan antitético con la definición del diccionario como todas las genuflexiones y puñaladas de los lambones rutinarios: la protesta. Casi siempre para acallar a alguien, como cuando algún político honrado va a una universidad, pero también para impedir cualquier progreso, como ocurrió recientemente con el hotel que se pensaba construir en el Tayrona: la chusma vocifera, también en las redes sociales, convencida de que lo que daña el medio ambiente no es su indolencia sino aquellos placeres que no puede pagar. Al colombiano, al candidato a lambón, le parece que algo se salvó de una posesión que descubrió el día anterior gracias a que se perdió la ocasión de crear puestos de trabajo y aumentar los ingresos de la región.

Un mínimo de preocupación por el medio ambiente llevaría a los colombianos a reciclar la basura, por ejemplo. En España, y sólo de la basura no específica, hay seis bolsas distintas (sin contar las pilas, el aceite, los materiales eléctricos, los bombillos y otros desechos específicos). En Suiza sólo para el vidrio hay varias bolsas distintas. Suponer que un mamerto (que es el verdadero nombre del lagarto y que es totalitario en la medida en que aspira a disponer de todo lo ajeno gracias a que obedece al correspondiente administrador de violencia) va a ser capaz de "rebajarse" a clasificar la basura es inconcebible.

Sin ciudadanía ("comportamiento propio de un buen ciudadano") no hay país viable tal como sin lectores no hay literatura. Al no haber ciudadanía los jueces se sienten autorizados a disponer de los recursos comunes para favorecer a sus clientes y los periódicos a mentir y confundir la información con la opinión, a hacer pura propaganda, porque al otro lado no hay nadie a quien interese la verdad ni el porvenir de la comunidad más allá de la lamentable y despreciable borrachera de orgullo que le da algún triunfo futbolístico.

También la política termina siendo lo bárbara que es por ese mismo déficit: al actual presidente sólo le interesa obtener aprobación inmediata con cualquier gesto, incluido algo como decir que un crimen contra un pueblo le da buena suerte a la selección de fútbol, porque a los pobladores del país sólo les interesa el beneficio inmediato que pueden obtener, aunque sea en términos de halago o de posible ostentación (tal como explotó la chusma convertida en dechado de perfecciones, obviamente anticapitalistas, con ocasión del hotel del Tayrona).

La inexistencia de ciudadanía es en definitiva puro primitivismo: el actual presidente trata a los ciudadanos como a ganado, al que un vaquero hábil de todos modos complace. Esa actitud de dueño de la finca es prácticamente obvia cuando lidia con personas sin dignidad, pues a fin de cuentas no se trata con respeto a quien no lo tiene por sí mismo. Y ahí se demuestra de nuevo lo que propuse antes: el déficit de civismo es el aspecto principal de la realidad colombiana, porque todo lo que se quiera construir presupone que existen personas con esa disposición. No los rutinarios y penosos indignados que prejuzgan que todo administrador público es ladrón y siempre terminarían robando si tuvieran puesto. Bueno, éstos son al fin sólo otra clase de lagartos-mamertos: los potenciales.


5. ILUSIONES PERDIDAS
Es inevitable ocasionar disgustos a personas que cuentan con que uno es de su bando, pero respecto a lo que representa el uribismo hay que decir claramente que fue una solución falsa, improvisada y limitadísima. Y no por querer justificar de ninguna manera el feroz acoso a que el sicariato moral que protege al régimen ha sometido al ex presidente (que no tiene otro objeto que tratar de avanzar en el camino que abrieron los terroristas en las décadas anteriores a la Constitución del 91), sino porque la indefinición ideológica del propio líder y su incapacidad de romper con las estructuras políticas de siempre conduce a la parálisis, gracias a la cual Santos puede avanzar en su plan de premiar a los terroristas y dejar un país "pacificado" (espera) gracias al reconocimiento que trata de ofrecer a quienes no han hecho otra cosa que intentar destruir la democracia.

Antes de cualquier comentario sobre los ocho años de gobierno de Uribe, para llamar la atención del lector sobre lo expuesto en el párrafo anterior, voy a copiar una frase aparecida hoy mismo en la columna del general Álvaro Valencia Tovar:
Le quedan dos caminos, que en su condición de nuevo jefe supremo puede escoger antes de que la criminalización lo comprometa irremediablemente: persistir con terquedad comunista en el camino hacia la desintegración total, o acogerse a la oportunidad única que el gobierno del presidente Santos, ejecutor de la brillante línea político-militar de su antecesor, le brinda y pasar a la historia como el hombre que puso un final digno a la guerra fratricida emprendida por las Farc.
¿Cuál es la doctrina del uribismo respecto a las FARC? Este general dice con toda convicción que el juego negociador de Santos es continuación de la línea de Uribe. ¿Alguien podría decir si esto es así? La tragedia del uribismo, aquello que lo hace una solución falsa, es que de nuevo la conciencia ciudadana se diluye y los seguidores del ex presidente lo mismo dicen que sí, que los golpes que se han dado a las FARC eran para que negociaran, o que no, que el designio de Santos es una traición. Depende de lo que decida el líder. Él sabe.

De tal modo, cuando en 2001 la complicidad del gobierno de Pastrana con los secuestros y masacres se hizo insoportable (los que duden de la condición de criminal de ese ex presidente pueden prestar atención a sus recientes declaraciones en Venezuela), la gente se aferró al único líder con alguna experiencia que prometía combatir a los terroristas. Yo podría decir "nos aferramos" porque fui de los primeros en promover su candidatura en una época en la que el rechazo al premio del crimen y la complicidad de Pastrana se dividía entre quienes sólo soñaban con una intervención estadounidense, quienes proponían un golpe de Estado y quienes, y eran muchísimos, no vacilaban en esperar que Carlos Castaño recondujera al país. Cualquiera que en aquella época leyera los foros de Caracol o Terra recordará las polémicas que tuvimos (yo solía firmar como Camilo N.) tratando de demostrar que las instituciones podrían sobrevivir si la gente elegía una opción correcta.

Pero eso sólo significó que las cosas entonces estaban tan mal que no había ningún partido que representara cabalmente el rechazo al terrorismo. Uribe era un importante político del partido que había gobernado por tres periodos en los que el terrorismo avanzó, había respaldado la Constitución del 91 y aun fue el ponente de la ley que aseguró la impunidad a los terroristas del M-19.

Menciono todo esto porque hay un abismo entre la sociedad colombiana que quisieran la mayoría de los uribistas y la que quisiera yo: hasta ahora nadie puede demostrar que a Uribe le parezca importante crear un partido distinto de los existentes, ni menos cambiar la Constitución. El presupuesto de su gobierno era el pragmatismo, cosa que en gran medida resulta justificable pero a la postre condujo al "paraíso" actual. Aun, si una corriente poderosa consiguiera una gran movilización ciudadana que cambiara la Constitución y permitiera crear un partido de la mayoría que hiciera frente al socialismo hegemónico hoy en día tanto en las leyes como en los partidos, ¿qué se haría con la prensa y con las universidades? El uribismo nunca pensó en crear órganos de prensa distintos a los existentes, los principales de los cuales son órganos de la oligarquía ligada al terrorismo. Ni menos en cerrar las universidades públicas, eso escandaliza a los uribistas tanto como a los mismos seguidores del Partido Comunista.

Por eso, porque las multitudes ni siquiera tienen valores claros (los uribistas al mismo tiempo profesan una especie de pinochetismo furibundo y un conformismo increíble con las tradiciones políticas locales), no había líderes verdaderamente representativos de nada y de ese modo el Congreso cayó en las mismas manos de los políticos que habían exculpado a Samper y apoyado el Caguán. El problema con los uribistas es que ninguno parece sorprenderse de que el Congreso esté hoy en día formado por tales personajes, como si la mayoría del voto en 2010 no hubiera sido "uribista".

Una vez en el poder, y después de aciertos de ensueño en su primer gobierno, lo único que se le ocurrió al pragmático presidente fue buscar la reelección, para la que el estado de ánimo de la mayoría y la dispersión de sus posibles rivales resultaron favorables (el segundo candidato más votado en 2006 fue Carlos Gaviria, cuyo partido a estas alturas no ha pedido a las bandas terroristas que se desmovilicen). Valdría la pena comparar la respuesta del uribismo y su líder a la cuestión de la continuidad de su proyecto con la que asumió Alfredo Cristiani, que afrontaba una situación mucho más delicada, con un partido cuestionado y una situación más inestable.

Entre los prodigios que se deben a esa primera reelección destaca el partido de la U, pues para conseguir tolerancia de la prensa y votos de la Corte Uribe tuvo que aliarse con Juan Manuel Santos y sus formidables redes clientelares. Pero también el retraso en la firma del TLC, pues la reelección habría sido más difícil con los gremios soliviantados, lo que complicó la negociación y el parón tras el triunfo del Partido Demócrata en 2006.

El error que determinó la ruina del uribismo, que todavía no se ha visto completamente y que nadie quiere entender, fue dedicar el segundo mandato a buscar otra reelección. El primitivismo de Colombia, la consecuente inmadurez cívica y la consecuente inexistencia de partidos basados en doctrinas, idearios y programas claros determinaron que a millones de personas les pareciera de lo más legítimo y correcto que el presidente cambiara las leyes cada vez que alguna obstruía su camino. Casi no hubo respuesta a la graciosa teoría del "Estado de opinión" "fase superior del Estado de derecho" (llegaron a decirlo en un acto al que acudió el heredero de la Corona española, lo que le aseguraba publicidad al hallazgo, y la consecuente sorpresa de los lectores de otros países).

Pero aún más grave fue la actitud de Uribe después del ascenso de Santos: siendo reconocido por la mayoría de los ciudadanos como el líder absoluto del país, no pareció darse cuenta de las implicaciones de la nueva orientación que le daba Santos al gobierno: no podía ponerse en abierta oposición so pena de echarse en contra a todo el Congreso, incluida la Comisión de Acusación que lo procesa por acusaciones absurdas, por lo que aguantó y aguantó, con la esperanza de resultar decisivo en las elecciones regionales y municipales de octubre pasado. Ante la posibilidad de ser candidato a la Alcaldía de Bogotá o de promover a un candidato afín, prefirió apostar a un candidato que parecía tener gran ventaja, pese a que el año anterior ese candidato formaba parte del coro de calumniadores. Cuando el gobierno y Chávez decidieron promover candidaturas alternativas para distraer votos y permitir el ascenso del "progresista" que ayudará a legitimar la negociación con las FARC y la asimilación al eje bolivariano, tampoco Uribe tuvo ninguna respuesta.

La doctrina en la que parecen creer las personas próximas a Uribe es que todo se resuelve accediendo al poder ejecutivo, por eso es de temer que para 2014 estén preparando una nueva reelección, que será frenada por las cortes con la consiguiente seguridad del triunfo para el bando de Gaviria, Samper, Pastrana y Santos, que hoy por hoy tienen a Chávez como el mejor amigo.

El antiuribismo, la campaña de calumnias e intimidaciones de los beneficiarios de los crímenes de Pablo Escobar y el M-19, así como de las demás bandas criminales, ha encontrado en la actitud del ex presidente y de su seguidores víctimas fáciles: no han entendido que los congresistas que promovieron y eligieron se han convertido en aliados de los terroristas y que los partidos a los que siguen aferrados son hoy por hoy meras redes clientelistas sumisas a los designios criminales de sus jefes.

Para hacer frente a la persecución de las mafias de prevaricadores contra el ex presidente y sus compañeros hace falta cambiar la Constitución, crear un partido basado en un ideario claro que incluya la reforma radical de la educación superior (pues durante los ocho años de Uribe los mentores del terrorismo siguieron disfrutando de sus rentas y preparando el nuevo movimiento estudiantil que se ve aflorar ahora), publicar órganos de prensa que denuncien el juego de los paniaguados del gobierno criminal y promover el debate en toda la sociedad. Para todo eso, para la propia defensa del expresidente, el apego casi fanático de sus seguidores a un líder infalible entregado a un juego confuso e impotente es un estorbo. Otra contrariedad, otro problema.


6. COLOMBIA SAUDÍ

Democracia
En cualquiera de mis escritos en este blog uso este término para referirme al tipo de organización social y política que impera en los países de Norteamérica y Europa occidental, respecto de los cuales Colombia está tan lejos como cualquier otro país de la zona andina o del continente africano. Puede que incluso peor, porque la disposición de los colombianos a asignar cualquier nombre a cualquier cosa agrava la situación. El mismo partido encargado de cobrar los crímenes y forzar la renuncia a la voluntad ciudadana en favor de la imposición de unos asesinos se llama "Polo Democrático". Resumiendo un poco, Colombia es un país semiesclavista con ciertas similitudes con el desaparecido régimen de Apartheid de Sudáfrica, con la Rusia poscomunista y con algunas sociedades árabes. Aunque hay que insistir: en ninguna otra parte es tan obscena la corrupción del lenguaje, en ninguna parte el despojo por parte de una minoría parasitaria se disfraza a tal punto de igualitarismo e indignación moral, en ninguna otra parte se agrava el índice Gini subvencionando copiosamente a los ricos, cuya única ocupación es quejarse del índice Gini, no porque estén descontentos de sí mismos sino sólo como pretexto para robar y parasitar más.

Porfiriato y príato
Respecto de la democracia, hay que pensar que es inconcebible si no hay demócratas. Y más aún, que no puede haber gobierno del pueblo si éste se desentiende del interés común. ¿Hay demócratas en Colombia? Sí, dado que cualquier palabra significa cualquier cosa. De otro modo no. El segundo gobierno de Uribe dejó mucho que pensar. ¿A cuánta gente le molestó la mamarrachada del Estado de Opinión, que no vacilaban en defender en presencia de personajes que podrían darla a conocer en el exterior, con la consiguiente humillación para el país, como Savater o el séquito del príncipe Felipe de Borbón? Bueno, no hay que complicarse la vida: ¡a muchísima gente le molestó lo del Estado de Opinión!, lástima que fuera, de la primera persona a la última, la misma gente que aplaudía el Caguán y aplaude la disposición de Santos a premiar a los terroristas. Cuando uno reprocha a los uribistas esa deriva caudillista siempre lo encuentran ambiguo: ¿será uno partidario del Caguán? La democracia les resulta a los colombianos como un unicornio que apreciarían si lo pudieran concebir.

Para encontrar símiles, el gobierno de Uribe fue el intento fallido de un porfiriato, que es como se llamó en México al régimen que imperó en las décadas de cambio del siglo XIX al XX: una autocracia plebiscitaria dispuesta a acomodar las leyes a su voluntad y a prescindir de la alternancia. Ese proyecto no fracasó, como ya he explicado, porque hubiera resistencia de los demócratas sino porque el aparato estatal lo controla gente que tiene otros propósitos. Con el ascenso de Santos y su Unidad Nacional (proyecto del que hablaba hace años Eduardo Posada Carbó, que no en balde resultó entusiasta del premio a las FARC, y del que me ocupé en este blog) se pretende instaurar una especie de príato, la larga dictadura de un partido único que agrupa a los diversos usufructuarios del Estado. Está por verse si funciona, lo cierto es que al no haber demócratas la resistencia al proyecto es en la práctica nula y los mismos entusiastas de la segunda reelección de Uribe que conservaron algún cargo con Santos se han convertido en sus perseguidores más rabiosos.

Las perspectivas de éxito del nuevo proyecto dependen del difícil equilibrio entre las diversas facciones de herederos de cargos públicos que definen a la vieja Colombia. Eso hace pensar en las dificultades que encontraría Santos si quisiera presentarse a la reelección: lo que permitió el éxito del PRI durante siete décadas fue el ajuste interno previo a la elección. La hegemonía de una misma camarilla habría echado a perder el proyecto.

Prosperidad inesperada
Las perspectivas económicas de Colombia variaron radicalmente en los últimos años gracias al aumento de las diversas actividades de extracción que permitió el avance de la política de Seguridad Democrática en los años de Uribe y a la multiplicación del precio de las materias primas. Los esfuerzos del anterior gobierno por alentar la actividad productiva autónoma pueden haber empezado a caer en saco roto sin que se note, debido a que aumentan los ingresos del país. La reciente prosperidad alienta a su vez la rapiña y la adhesión al régimen, que no vacila en gastarla en comprar apoyos. No otra cosa es la Ley de Víctimas. No otra cosa es la multiplicación del funcionariado.

La disposición de Santos a entenderse con los gobiernos del Foro de Sao Paulo se explica a la luz de esa situación: fue exactamente lo que hizo el PRI, que hasta permitía una oficina de las FARC en México. Los comunistas en Colombia tienen una enorme influencia al haberse hecho con el control de importantes nóminas del Estado, en la justicia y la educación. Lo más sensato es buscar gobernabilidad gracias a su apoyo. El control de los medios de comunicación, reforzado por la concentración del ingreso en el mismo Estado, hace que la resistencia ciudadana al giro emprendido se minimice.

Santos parece aplicar el viejo consejo de un emperador romano: "Paga a los soldados y olvídate del resto". Le basta con comprar a los lagartos y ya cuenta con mantener aprobación y apoyo. La increíble incapacidad de ejecución del gasto lo demuestra: los únicos recursos que importan son los que permiten comprar apoyos. El régimen tiene una enorme similitud con el de Putin.

En una ocasión explicaba Carlos Alberto Montaner la forzosa inclinación de Chávez a destruir empresas y arruinar toda economía independiente: de ahí saldrían los anunciantes de una prensa crítica y los financiadores de políticos de oposición. El mismo impulso se ve en Santos, y para nadie es un misterio el aumento de la concentración de los recursos en el Estado. Pero es más interesante lo que ocurre con los sindicatos. Forzados a aceptar el TLC, los demócratas estadounidenses encontraron en la alianza con los sindicatos colombianos una forma de anularlo en la práctica, con la colaboración del gobierno de Santos (como explica Rudolf Hommes en este artículo), necesitado de buscar clientelas para su proyecto y de anular cualquier competencia empresarial.

Está por verse si les dará resultado. Obviamente las materias primas no alcanzarán para que el país sea como Arabia Saudí, pero eso nunca ha importado: al igual que en las repúblicas hermanas, al igual que en varios siglos, la generosidad del gobierno permitirá a unos cuantos emigrar con grandes recursos y asimilarse a países avanzados.

7. 2014
Hay que partir de una obviedad que por desgracia suena rara para muchos colombianos, y que fue la primera idea de esta serie de artículos: toda idea de negociación política con las organizaciones terroristas lleva en sí la abolición de la democracia. ¿De qué sirve lo que la gente vote o el mandato que reciban los gobernantes si después éstos hacen lo que quieren, por ejemplo cambiar las leyes para complacer a unos criminales?

Ya es tedioso señalar hasta qué punto todos los partidarios del terrorismo están hoy unidos alrededor del gobierno de Santos. El hecho de que los tres presidentes de los noventa sean entusiastas tanto de la persecución judicial y mediática contra el anterior gobierno y contra los militares como de la negociación política con las FARC, sólo demuestra que su juego es la pura rapiña, en aras de la cual no vacilan en buscar el premio de los crímenes.

Es necesario entender que las guerrillas siempre han tenido aliados poderosos dentro del Estado, bien los grupos de oligarcas que las crearon, bien las clientelas del sindicalismo, bien los nuevos tinterillos salidos de la universidad y aventajados a la hora de obtener puestos gracias a su organización y a menudo a la misma presión de las bandas terroristas. Ese control se hizo hegemónico después de la Constitución de 1991 y de los gobiernos de los noventa.

Esta vez la abolición de la democracia colombiana sería definitiva porque la nueva riqueza petrolera y minera permitiría a los herederos de Santos comprar apoyos para su proyecto de integración en una región dominada por el chavismo y sus versiones "moderadas".

Ojalá la experiencia de la década anterior permita entender que no se puede ir a buscar simplemente puestos ni a compartir el poder con los santistas, so pena de resultar irrelevantes y en últimas de aliarse con ellos (como hicieron casi todos los congresistas y senadores elegidos por los partidos que promovía Uribe): es necesario plantearse enderezar el país, cambiar la Constitución y desarmar la maquinaria de terror que la oligarquía y los comunistas han creado en el poder judicial.

¿Es eso posible? Lo que se mostró es que a pesar de la intensa propaganda la gente no se resignó a someterse al acuerdo de Pastrana con las FARC y aun reeligió a Uribe en 2006: según qué se le diga, podría formarse una nueva mayoría. Pero para eso hay que tener claros esos objetivos y empezar ya: el enemigo que una mayoría ciudadana tendría que combatir es la Unidad Nacional, que no es más que la consumación de lo que quedó a medias en la Constitución de 1991.

Y como se trata de oponerse a la Unidad Nacional, hay que olvidarse de toda lealtad por parte de los políticos de esos partidos, que sólo abandonarían al dueño de las llaves del botín cuando lo vieran perdido, es decir, que sólo se sumarían a la oposición para degradarla y corromperla.

También es necesario desbaratar el proyecto de país de Santos y la cleptocracia, consistente en la compra de voluntades con los recursos públicos mediante la multiplicación de la burocracia: aparte de desarmar la tiranía del hampa que impusieron aliados los comunistas y los mafiosos, es necesario sentar las bases de una economía productiva favoreciendo fiscalmente a las empresas y cobrando impuestos a las personas ricas (con el sistema actual sólo pagan las empresas, no los multimillonarios parásitos del Estado).

Al pensar en las posibilidades de ese cambio hay que tener en cuenta que hacia 2014 la situación internacional no será la misma: puede que haya empezado la transición a la democracia en Cuba y también que los demócratas estadounidenses, tan complacientes con las dictaduras tropicales, ya no estén en el gobierno. De ese modo, los apoyos exteriores de Santos podrían menguar.

Pero es algo que hay que empezar a plantearse ya: ¿cuál es el candidato de la mayoría que quisiera insertar a Colombia en las democracias modernas? ¿Cuál es el programa? Como ya he explicado muchas veces, tratar de elegir de nuevo a Álvaro Uribe sería una forma de ayudarle a Santos a reelegirse o dejar un heredero seguro (que creo que es lo que más probablemente hará). Quienes creen que sin el expresidente todo esfuerzo es baldío deberían pensar en convencer a su hijo o a alguien así para que encabece esa propuesta.

Pero la verdad es que dudo mucho que los uribistas hagan algo en ese sentido. Y también que otros grupos coherentes se lo planteen. La apuesta de Santos, su descarada traición a sus electores, estuvo bien concebida: no hubo respuesta, ya va a completar dos años de infamias y mezquindades sin límites y no asoma el menor atisbo de oposición.